Los funerales del Gran Capitán
El 2 de diciembre de 1515 morirá uno de los grandes generales españoles, D. Gonzalo Fernández de Córdoba, cuyas obras trascenderán a lo largo de los siguientes dos siglos. Sus funerales se realizaron en el antiguo convento de San Francisco de Granada, hoy convento de las Carmelitas Descalzas de San José. En esta misma iglesia estuvieron enterrados sus señores, los Reyes Católicos, hasta 1521. Los restos del Gran Capitán se hallan desde 1515 hasta hoy en la iglesia del magnífico convento de San Jerónimo (los Jerónimos) de Granada, donde el emperador Carlos se hospedaría con su esposa Isabel unas décadas más tarde. Joseph Pérez recoge una parte de la crónica de Alonso de Santa Cruz, donde éste describe los funerales y cómo se engalanó al convento de San Francisco de Granada.
Murió el Gran Capitán como buen cristiano, en el hábito de Santiago, dejando su ánima encomendada a la duquesa su mujer y otros dos albaceas, encargándoles la restitución de sus salarios. Mandó decir cincuenta mil misas a las ánimas del Purgatorio. Dejó encomendada a su hija doña Elvira al Rey Católico, a la cual dejó su estado, dando a la duquesa cierta parte de él.
Después de su muerte, lo sentaron en una silla y lo tuvieron así todo el día, para que la gente lo viese. Hubo grande llanto por su muerte, en Granada, así de moros como de cristianos, por todas las calles que había de pasar cuando lo llevaron a enterrar. Mándose depositar en San Jerónimo, y que la duquesa pudiese ponerlo donde quisiese; y ella le mandó poner en un monasterio de San Francisco. Y de allí a diez días le hicieron sus honras, en esta manera.
Sobre su sepultura estaba una gran tumba, junto al altar mayor, cubierto de paño de brocado, y una cruz de santiago encima; y de lo alto colgado el estandarte que la Reina le dio, verde y pardillo. Y a los lados pendones reales. Y fuera de la reja, en medio de la iglesia, estaba un tabernáculo cubierto de seda negra, y las basas de las columnas doradas, en cada columna un escudo de la parte de su genealogía, muy ricos, y una bandera encima. Y en la techumbre del tabernáculo el escudo de Córdoba.
Tenía alrededor doce candeleros con cirios muy grandes, y dentro otros doce, que cada uno pesaba quince marcos de plata. La iglesia estaba ricamente adornada de tapicería. Estaban puestos en la reja dos guiones del rey de Francia, el de Ceriñola y el de Garellano [sus dos grandes victorias en los campos italianos], muy ricos, ensangrentados. A la mano derecha estaba una bandera muy rica con las armas de la Iglesia, que fue tomada al duque Valentín; y luego otra del príncipe Bisignano, y otras del señor de San Severino. A la mano izquierda estaba una bandera del rey Federico, y otra del marqués de Mantua, y otra del marqués de Bitonto. Y toda la iglesia emparamentada de banderas y estandartes.
Estuvieron en las honras personas de Sevilla, y caballeros, que se hallaron a aquel tiempo veinte leguas a la redonda. Y todas las religiones y clerecía de todo el confín de Granada. Era tanta la multitud de gente, que no cabía en las calles ni en la iglesia.
Alonso de Santa Cruz, Crónica de los Reyes Católicos, capítulo LXVIII.
Iglesia de los Jerónimos, Granada, donde reposan los restos del general.
A la izquierda del altar, la estatua orante del Gran Capítan.
Murió el Gran Capitán como buen cristiano, en el hábito de Santiago, dejando su ánima encomendada a la duquesa su mujer y otros dos albaceas, encargándoles la restitución de sus salarios. Mandó decir cincuenta mil misas a las ánimas del Purgatorio. Dejó encomendada a su hija doña Elvira al Rey Católico, a la cual dejó su estado, dando a la duquesa cierta parte de él.
Después de su muerte, lo sentaron en una silla y lo tuvieron así todo el día, para que la gente lo viese. Hubo grande llanto por su muerte, en Granada, así de moros como de cristianos, por todas las calles que había de pasar cuando lo llevaron a enterrar. Mándose depositar en San Jerónimo, y que la duquesa pudiese ponerlo donde quisiese; y ella le mandó poner en un monasterio de San Francisco. Y de allí a diez días le hicieron sus honras, en esta manera.
Sobre su sepultura estaba una gran tumba, junto al altar mayor, cubierto de paño de brocado, y una cruz de santiago encima; y de lo alto colgado el estandarte que la Reina le dio, verde y pardillo. Y a los lados pendones reales. Y fuera de la reja, en medio de la iglesia, estaba un tabernáculo cubierto de seda negra, y las basas de las columnas doradas, en cada columna un escudo de la parte de su genealogía, muy ricos, y una bandera encima. Y en la techumbre del tabernáculo el escudo de Córdoba.
Tenía alrededor doce candeleros con cirios muy grandes, y dentro otros doce, que cada uno pesaba quince marcos de plata. La iglesia estaba ricamente adornada de tapicería. Estaban puestos en la reja dos guiones del rey de Francia, el de Ceriñola y el de Garellano [sus dos grandes victorias en los campos italianos], muy ricos, ensangrentados. A la mano derecha estaba una bandera muy rica con las armas de la Iglesia, que fue tomada al duque Valentín; y luego otra del príncipe Bisignano, y otras del señor de San Severino. A la mano izquierda estaba una bandera del rey Federico, y otra del marqués de Mantua, y otra del marqués de Bitonto. Y toda la iglesia emparamentada de banderas y estandartes.
Estuvieron en las honras personas de Sevilla, y caballeros, que se hallaron a aquel tiempo veinte leguas a la redonda. Y todas las religiones y clerecía de todo el confín de Granada. Era tanta la multitud de gente, que no cabía en las calles ni en la iglesia.
Alonso de Santa Cruz, Crónica de los Reyes Católicos, capítulo LXVIII.
Iglesia de los Jerónimos, Granada, donde reposan los restos del general.
A la izquierda del altar, la estatua orante del Gran Capítan.
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